viernes, marzo 29, 2024
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Gato y Mancha: la historia de los caballos que cruzaron América

Los dos caballos criollos atravesaron más de 20 países y llegaron a Estados Unidos en tres años y medio.

El nombre de Gato y Mancha aparece en las calles y plazas de varias localidades bonaerenses. En algunos sitios, pero con menos frecuencia, también se puede ver el nombre de Aimé Félix Tschiffely. Pero, ¿qué significaron estos nombres en la historia argentina?

Se trata de dos caballos criollos y su particular jinete, un profesor suizo, quienes hace casi un siglo protagonizaron una verdadera hazaña: unieron Buenos Aires con Nueva York en 3 años y medio de travesía por toda América, y fueron recibidos por el presidente de Estados Unidos, puesto que la proeza había adquirido fama mundial.

Gato y Mancha eran dos caballos criollos, nacidos en la Patagonia y adquiridos al cacique tehuelche Liempichún por Emilio Solanet, un veterinario y dirigente radical (llegó a ser diputado nacional) que poseía una estancia de cría en Ayacucho, provincia de Buenos Aires. Allí fueron domados.

La de Tschiffely es una historia particular: nació en Berna, Suiza, y se formó como docente, profesión que ejerció en primer lugar en Reino Unido, para luego trasladarse a la Argentina, donde dictó clases en institutos de inglés. Con pocos años en el país, y luego de varias incursiones a caballo por el interior, el profesor suizo decidió unir Argentina con Estados Unidos para demostrar la fortaleza de los caballos criollos. 

Para su empresa, varios conocidos le recomendaron que hablara con Solanet, quien unos años antes había fundado la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, una raza que había sido aprobada recientemente. Tschiffely viajó entonces a Ayacucho para entrevistarse con Solanet en la estancia “El Cardal” y lograr que le vendiera dos ejemplares.

Al principio, Solanet le negó a la venta, puesto que consideraba el viaje como una locura, y no creía que un profesor suizo pudiera llegar siquiera “a Rosario” con los caballos. Sin embargo, tras conocerlo mejor, le regaló dos ejemplares: Gato, un caballo de pelaje gateado de 16 años; y Mancha, un overo que contaba entonces con 15 años.

Tschiffely volvió entonces a Buenos Aires y, pese a la incredulidad de la prensa de entonces, partió desde la sede de la Sociedad Rural Argentina un 24 de abril de 1925. Hasta llegar a Nueva York, el suizo y sus caballos criollos recorrieron 21.500 kilómetros divididos en 504 etapas, en el lapso de tres años y casi cinco meses. 

En el camino, el jinete suizo y sus caballos pasaron por 20 países, cruzaron en varias oportunidades la cordillera de Los Andes y alcanzaron el récord mundial de altura para estos animales, al atravesar el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata, a unos 5.900 metros sobre el nivel del mar. Además, soportaron las condiciones más extremas: en el paso récord enfrentaron temperaturas de -18º C, pero también se expusieron al calor extremo y debieron cruzar por ríos peligrosos y puentes precarios, puesto que no había un camino trazado para semejante travesía.

El diario La Nación siguió en detalle el viaje de Tschiffely, y contaba que: “En Huarmey, el guía no pudo más, ni sus bestias. Los dos criollos Mancha y Gato se revolcaron, tomaron agua y después se volcaron al pasto con apetitos de leones. De Huarmey a Casma, 30 leguas, calores colosales ¡52 grados a la sombra! sin agua, ni forraje, arena, arena, arena. Los cascos se hundían permanentemente de 6 a 15 pulgadas en la arena candente”.

Llegada triunfal

En su viaje, Tschiffely y sus caballos cruzaron Bolivia, atravesaron los desiertos de Perú y las selvas de Colombia y Panamá. Cruzaron el Canal, y se abrieron paso por Costa Rica, El Salvador y Guatemala. 

En México, el suizo fue recibido como un héroe y fue objeto de numerosos homenajes. Sin embargo, un accidente con una mula hizo que Gato se quedara en ese país, y el jinete continuó hasta el final de la travesía montando únicamente a Mancha.

Finalmente, el 20 de septiembre de 1928, 3 años y 149 días después de haber partido de Buenos Aires, Tschiffely entró en Nueva York. Allí habían llegado las noticias de su travesía, por lo que también fue recibido con honores por el alcalde de esa ciudad, James Walker. En el libro que publicó posteriormente, el suizo narró sus vivencias ante el fin de la hazaña: 

“Quedé hechizado durante largo rato, miré a mis caballitos criollos y luego a esas enormes moles de cemento y acero: uno, producto de las llanuras de la Patagonia, áridas y barridas por el viento; las otras, fruto del trabajo de cerebros humanos, de su iniciativa, ciencia y habilidad. Antes de darme cuenta de ello, hablaba otra vez con mis caballos: ‘Si viejos, esto es Nueva York, pero yo sé que las pampas argentinas los llaman. Tengan paciencia, los llevaré de vuelta porque bien se lo merecen’¨.

Luego Tschiffely fue recibido en Washington por el entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, y su viaje llegó a la tapa de la revista National Geographic, una de las más prestigiosas de la época. De vuelta en Nueva York, el suizo recorrió la Quinta Avenida a lomo de Mancha, y escoltado por la policía de la ciudad. Además, los dos ejemplares fue expuestos en el Salón Internacional del Caballo en el Madison Square Garden.

La vuelta

Tschiffely y sus dos caballos regresaron a Buenos Aires en barco y llegaron el 20 de diciembre de 1928. Los dos equipos volvieron a su estancia en Ayacucho, donde murieron en la década del ‘40. En homenaje a su hazaña, ambos fueron embalsamados y hoy se encuentran en el Museo de Luján. 

El profesor suizo, en tanto, se dedicó a escribir su travesía y luego se instaló nuevamente en Reino Unido, donde escribió varios libros más. En 1937 volvió a Argentina para otra hazaña: unió Buenos Aires y Tierra del Fuego en auto, algo nada habitual en aquella época.

Finalmente, falleció en 1954. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de la Recoleta, pero en 1998 fueron trasladados a la estancia El Cardal, donde conoció a Gato y Mancha. En homenaje a su travesía, el Congreso declaró el 20 de septiembre como el Día del Caballo Criollo.

Por José Gimenez, DIB (www.dib.com.ar)

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